Solos. Con la luz de una laptop. Con la compañía de un
frasco de alcohol en gel y un barbijo sobre la mesa. Aislados del resto. Con
caricias y besos que contagian. Con un metro de distancia. Con saludos codo con
codo.
Me debato entre la mesura y una alarma contenida. Ni
subestimar ni entrar en pánico. Y mientras tanto me pregunto qué pasó con
nuestro mundo y qué aprenderemos de esta crisis. ¿Aprenderemos? La lección es
brutal. Si no la escuchamos es porque estamos muy, pero muy sordos.
Hemos gritado por el calentamiento global, por los derechos
de las mujeres, por el respeto a la diversidad, por los femicidios. Y las
respuestas fueron tibias. Hemos tenido guerras absurdas (¿hay alguna que no lo
sea?), atentados, inundaciones, temblores y terremotos, incendios de
proporciones catastróficas. Y seguimos andando sin preguntarnos qué pasa.
¿Es que vamos a seguir sin escuchar?
Un virus invisible nos obliga a cambiar la vida. Y no surge
entre los pobres y desplazados ni de las balsas de refugiados. No. Viene en
clase ejecutiva para demostrarnos que debajo de la piel somos iguales. Que los
millones no nos sirven para nada porque no hay respiradores preferenciales. Nos
obliga a “guardarnos”, a no consumir, a no viajar, a no ir a clase, a quedarnos
quietos. Nos muestra que somos más pequeños de lo que creíamos. Una herida
narcisista, un golpe a nuestra omnipotencia que nos pone contra las cuerdas.
¿Y si escuchamos?
Si en lugar de cuestionar autoridades, de pensar que nos
ocultan datos, que los virus salieron de un país de Oriente para hacer una
nueva guerra bacteriológica, de seguir debatiendo si es exagerado o no, de
enojarnos porque no hay fútbol ni recitales. Si dejamos de especular con subir
los precios de lo que necesitamos para protegernos y de mentir para no hacer
cuarentenas.
Si aprendemos la lección seremos más fuertes, más sabios,
más solidarios. Es tiempo de hacernos el amor con las palabras, aunque no
podamos tocarnos, de saber si el vecino que está aislado necesita algo y
hablarle, al menos, detrás de la puerta, de ser responsables y cuidarnos mucho
entre todos. Serán tiempos difíciles. Y estaremos juntos. Como tantas veces.
Dejemos de quejarnos por ser argentinos. Cuando hubo situaciones límite allí
estuvimos: juntando remedios, ropa y zapatos, haciendo comida en las plazas.
Llorando en silencio. Estaremos juntos porque somos esa rara especie de
personas que nos peleamos en los tiempos de bonanza y sacamos a relucir nuestro
mejor costado en los tiempos de adversidad. Estoy segura de que estaremos a la
altura. Lo sé porque te conozco, nos conozco. Esta es nuestra batalla: la de la
inmunidad solidaria. Es tiempo de hacer caso a los que saben, de dejar de
cuestionar y de dar el ejemplo. Somos un equipo. Si lo enfrentamos juntos nada
puede ser tan malo. Vamos a fabricar anticuerpos contra el miedo y la angustia.
Y a abrazarnos el alma. Que todavía se puede y no contagia.